Pasó la madrugá en Sevilla y tras ella la mañana de Viernes Santo. Como cada vez que la Señora de San Gil sale a la calle, las últimas veinticuatro horas han estado llenas de sensaciones y recuerdos imborrables para todos los que nos sentimos macarenos.
A la sombra de un fértil naranjo plantado en algún lugar de la calle Feria, mi padre, sevillista y macareno como yo, como sus tres hijos, la ve pasar cada año y cuando ese altar florido a modo de paso de palio llega a donde él reposa, una estrella blanca y rutilante se asoma al cielo de Sevilla.
Es la misma estrella que se dejó ver en el cielo de Eindhoven cuando Javi Navarro levantó al cielo la primera copa de la UEFA, la misma que presumió, mostrando su blanca brillantez en Mónaco, la misma que resurgió entre las nubes de Glasgow, la misma que bailó de gozo en el firmamento de Chamartin. Es la misma estrella que siempre está conmigo.
Mi padre fue sevillista y macareno y cuando el azahar avisa de que la Señora de San Gil está en la calle, mis hermanos y yo vamos a su encuentro con regocijo.
Con mis disculpas a los macarenos que no sean sevillistas, y a los sevillistas que no sean macarenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario