jueves, 3 de febrero de 2011

No digas que fue un robo.

Desde que se consumó nuestra eliminación de la Copa –no digas que fue un robo- llevo dándole vueltas a la conveniencia de publicar este post. Cien veces lo he empezado y cien veces lo he tirado a la papelera. Pero a pesar de la desgana, el asco, la indignación, la impotencia, y la humillación que siento, y conmigo todo el que siente en blanquirrojo, no puedo permitir callarme. No con mi silencio.

Este zarpazo que a la luz del día, con premeditación y alevosía, nos han dado Undiano Mallenco en la ida y Teixeira Vitienes en la vuelta, ha sido la “madre de todas las derrotas –no digas que fue un robo – y conste aquí como premisa, que nuestro equipo nunca estuvo - porque tampoco lo dejaron -en disposición de pasar la eliminatoria de Copa. Un mal partido y un peor resultado en nuestro estadio dejó ya las cosas muy difíciles. Luego en Chamartín pasó lo que estaba escrito en el guión desde que en la FEF diseñaron ese maquiavélico y teledirigido sistema de emparejamientos, que casualmente, - cosas del sorteo -, evitaba el cruce entre Madrid y Barcelona hasta la mismísima final. No voy a seguir insistiendo en algo que todos vimos, y que lamentablemente, todos preveiamos.

Me interesa más mirar al frente y por encima de cualquier cosa, defender el honor, la casta y el orgullo de mis futbolistas, de mi equipo, de mi bandera y de mi escudo. Los de rojo son los nuestros, decía el admirado Bilardo, un tipo que olió como nadie el tufo que dejaba a su paso la mafia del futbol en España y el poder que tenía, y tiene, de adulterar, sin vergüenza ninguna, la competición deportiva. Por eso, siempre, pero ahora más que nunca, cuando nos creen derrotados, hay que estar con esta plantilla y con este querido club de nuestras entretelas, que viene sufriendo en el último mes, atraco tras atraco, por los rateros de turno.

Ir de víctima no es mi estilo; Tampoco el del Presidente del Sevilla. Lloriquear y poner excusas tampoco. Pero resulta muy desalentador competir en estas condiciones y urge cambiar las cosas. Este es el sentido de este post. Usar los medios que tengo para asumir que somos un grano en el culo para determinados intereses, y que por serlo, no estamos dispuestos a poner la otra mejilla. Hay que combatir ese imperio que no nos deja respirar, que amaña sin pudor el resultado de la competición, que tuerce sin sonrojo el destino de los que tienen el valor de enfrentarse al poder omnímodo de la dictadura arbitral, un instrumento de castigo al servicio de quienes les pagan.

Usemos nuestras armas, combatamos esa jerarquía que se sienta a la diestra de los poderosos. Pintemosnos nuestros rostros con tinta carmesí para que nos vean venir y tiemblen, como tembló la grada del Bernabeú de pánico, segundos antes de que otro juez de línea, uno más, cometiera la tropelia de alunar el gol a Negredo.
Ganaremos esta batalla y nuestro premio será lavarnos las heridas con las lágrimas del enemigo derrotado. No nos verán correr. Ni daremos un paso atrás. Han cruzado la raya de lo tolerable y no se lo podemos permitir. No nos pisotearan con mi silencio. No hay vuelta atrás en esta guerra. Deportiva por supuesto, pero guerra al fin y al cabo, contra la injusticia, contra quienes osan mancillar nuestro glorioso escudo, contra los chiripitiflauticos voceros corrompidos con el maná blanco. No hemos cumplido cien años para permitir que nos pisoteen. Ni hemos llegado hasta aquí para agachar la cabeza. El futbol siempre te da la revancha, y cuando eso ocurra, aquí estaremos, a la vista, los corazones sevillistas. Aquí estoy, aquí sigo, con la pasión rojiblanca como testigo.

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