La victoria en La Rosaleda frente al Málaga y sobre todo la manera de conseguirla, ha hecho respirar a todo el sevillismo que contemplaba desanimado y perplejo el rumbo que iba tomado la trayectoria y el juego del equipo.
Sólo ha hecho falta un mínimo de sentido común en la pizarra, una cierta coherencia en las decisiones técnicas, volver a la seriedad defensiva y una disposición táctica adecuada para traernos, no sin algunos problemas, el triunfo de la capital de la Costa del Sol.
Respiramos todos, y salimos, de momento, de esa espiral negativa de juego y resultados en los que de manera endiablada se había metido el equipo y el cuerpo técnico en las últimas jornadas. Esperamos con ilusión que el triste y deplorable espectáculo que ofreció el equipo y soportó la afición en el partido contra los franceses del PSG, fuese el final de un trayecto que conducía, a marcha ligera, hacía el abismo.
La victoria en Málaga, además de justa y merecida, debe servir como autoestima para un grupo de futbolistas que encierran en sus botas mucho más fútbol del que hasta ahora hemos visto. Sin duda la debacle europea del partido contra el Sporting de Braga, dañaron las fibras más sensibles del sevillismo y también hizo mella en la confianza del equipo. Tras la eliminación de la previa de la Champions y la posterior derrota ante los parisinos del PSG, el Sevilla Fútbol Club, el equipo más grande del Sur de Europa, parecía hundido, sin capacidad de reacción, con el crédito del entrenador y de la plantilla agotado y la afición, la entendida y fiel afición de Nervión, con las uñas afiladas apuntando a la yugular de Antonio Álvarez y de cuantos – presidente y director deportivo incluidos – se dispusiera a defenderlo.
Probablemente la victoria en terreno comanche, - como es la tierra de los boquerones – haya frenado la destitución del entrenador. O quizás esta nunca estuviese planteada, quién sabe. Pero mejor así por el bien del equipo.
Sólo ha hecho falta un mínimo de sentido común en la pizarra, una cierta coherencia en las decisiones técnicas, volver a la seriedad defensiva y una disposición táctica adecuada para traernos, no sin algunos problemas, el triunfo de la capital de la Costa del Sol.
Respiramos todos, y salimos, de momento, de esa espiral negativa de juego y resultados en los que de manera endiablada se había metido el equipo y el cuerpo técnico en las últimas jornadas. Esperamos con ilusión que el triste y deplorable espectáculo que ofreció el equipo y soportó la afición en el partido contra los franceses del PSG, fuese el final de un trayecto que conducía, a marcha ligera, hacía el abismo.
La victoria en Málaga, además de justa y merecida, debe servir como autoestima para un grupo de futbolistas que encierran en sus botas mucho más fútbol del que hasta ahora hemos visto. Sin duda la debacle europea del partido contra el Sporting de Braga, dañaron las fibras más sensibles del sevillismo y también hizo mella en la confianza del equipo. Tras la eliminación de la previa de la Champions y la posterior derrota ante los parisinos del PSG, el Sevilla Fútbol Club, el equipo más grande del Sur de Europa, parecía hundido, sin capacidad de reacción, con el crédito del entrenador y de la plantilla agotado y la afición, la entendida y fiel afición de Nervión, con las uñas afiladas apuntando a la yugular de Antonio Álvarez y de cuantos – presidente y director deportivo incluidos – se dispusiera a defenderlo.
Probablemente la victoria en terreno comanche, - como es la tierra de los boquerones – haya frenado la destitución del entrenador. O quizás esta nunca estuviese planteada, quién sabe. Pero mejor así por el bien del equipo.
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