No quiero poner paños calientes a la derrota de esta noche frente al Almería. Ni tampoco quiero justificar la bochornosa actuación del equipo con los errores arbítrales, que haberlos haylos, y muy graves. Tampoco quiero esconder mi desolación sobre la excusa del infortunio, que la suerte, ya se sabe, es patrimonio de los campeones. No quiero hacer como el avestruz, que esconde la cabeza bajo el ala para no ver lo que se nos viene encima. Ni siquiera quiero buscar consuelo en lo que fuimos y ya no somos, en lo que tuvimos y ya no tenemos, en lo que perdimos, y ya no lo encontramos.
Esta noche solo quiero, con un gin tonic en mi escritorio, llorar por algo que he visto hoy y que creí, iluso de mí, que ya no volvería a ver en mi estadio. Al menos no tan pronto, cuando no hace ni un año, que levantamos en el Nou Camp nuestro último titulo de Copa. Ha sido muy fuerte lo que he visto, lo que he oído, lo que he sentido esta noche en la fila 16 del Gol Sur de Nervión. Una masa desquiciada, intoxicada hasta el paroxismo, enemigo de los nuestros, aliada con el adversario, maltratando con saña a los que llevaban nuestro escudo en el pecho, hiriendo mi orgullo, insultando a mi sangre, manchando mi historia, violentando mis sentimientos, mancillando mi sevillismo, derrumbando nuestra casa, dinamitando nuestros cimientos, torpedeando nuestra línea de flotación, pisoteando nuestra bandera, escupiendo hacía nuestro tercer anillo, derribando nuestra memoria, demoliendo nuestro pasado, haciendo tabla rasa con una década prodigiosa, tirando a la basura el prestigio adquirido, dilapidando el nombre del Sevilla Fútbol Club. El equipo de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanos, de mis hijas, de los hijos de mis hijos.
Ha sido muy fuerte ver como mis compañeros de grada, no todos, pero si una gran mayoría, aplaudían hasta rabiar el gol del equipo rival, el equipo que nos quiso humillar hace muy poco tiempo allá por el mes de Mayo en las tierras donde el plástico cubre la vergüenza del subdesarrollo.
Hoy hemos vuelto a perder, sí. Pero cien veces volvería a perder, si no somos capaces de recuperar y dignificar el hecho de ser sevillista. Cien derrotas asumiría si a cambio recuperase la dignidad perdida, cien años sin conseguir tiutulos estaría dispuesto a a dar con tal de no escuchar ni ver, lo que esta aciaga noche he visto y oído en la fila 16 del Gol Sur. Cien años de mi vida daría con tal de no vivir otra vez esa flagelación colectiva en la que hemos entrado, cien siglos daría por no sufrir la vergüenza de los míos, en mi casa, en mi santuario.
No hay derecho a soportar tal humillación. Y no me refiero al horroroso partido que hemos jugado esta noche, ni a la indignante actuación de tal o cual futbolista, ni siquiera quiero hablar de las deficiencias de esta plantilla. No me hablen de eso, Háblenme de lo que hemos tenido que soportar y sufrir en la grada. De los sevillistas enmascarados que solo están a la maduras y no a las duras, de los aficionados de pacotilla que no vienen a los partidos cuando son de pago o son televisados; de los incrédulos que criticaban al equipo aunque fuéramos campeones, de los que han querido linchar, y hoy echan de menos a O Fabuloso; de los que tampoco querían, y hoy exigen su vuelta, a futbolistas que ya no están con nosotros.
Estoy en el segundo Gin Tonic, y las lágrimas todavía no se me han secado. Lo de esta noche en mi casa de Nervión ha sido muy duro. Muy fuerte. Sinceramente no me lo esperaba. A pesar de que presumo de conocer bien a la afición del Sevilla, porque llevo más de cincuenta años formado parte de ella, el escandalo de esta noche ha sido lamentable. No es de recibo tratar así a nuestra plantilla y aunque pueda haber motivos para el desencanto, es exagerado, como pronostican algunos, hablar de segundazo.
Es cierto que el equipo se ha caido de plano, está roto, sus pilares (los veteranos) no pueden sostenerlo, sus técnicos están en entredicho, y los aficionados están disparando a todo lo que se mueve. No es fácil la solución, ni tan siquiera se vislumbra, pero los profesionales son los encargados de solucionar esta dificilisima coyuntura. Sólamente ellos están en condiciones de sacar esto adelante. Ellos y nosotros, su afición. Aunque esta ncohe hemos disparado contra los nuestros. Y hemos dejado heridos en el camino.
Esta noche solo quiero, con un gin tonic en mi escritorio, llorar por algo que he visto hoy y que creí, iluso de mí, que ya no volvería a ver en mi estadio. Al menos no tan pronto, cuando no hace ni un año, que levantamos en el Nou Camp nuestro último titulo de Copa. Ha sido muy fuerte lo que he visto, lo que he oído, lo que he sentido esta noche en la fila 16 del Gol Sur de Nervión. Una masa desquiciada, intoxicada hasta el paroxismo, enemigo de los nuestros, aliada con el adversario, maltratando con saña a los que llevaban nuestro escudo en el pecho, hiriendo mi orgullo, insultando a mi sangre, manchando mi historia, violentando mis sentimientos, mancillando mi sevillismo, derrumbando nuestra casa, dinamitando nuestros cimientos, torpedeando nuestra línea de flotación, pisoteando nuestra bandera, escupiendo hacía nuestro tercer anillo, derribando nuestra memoria, demoliendo nuestro pasado, haciendo tabla rasa con una década prodigiosa, tirando a la basura el prestigio adquirido, dilapidando el nombre del Sevilla Fútbol Club. El equipo de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanos, de mis hijas, de los hijos de mis hijos.
Ha sido muy fuerte ver como mis compañeros de grada, no todos, pero si una gran mayoría, aplaudían hasta rabiar el gol del equipo rival, el equipo que nos quiso humillar hace muy poco tiempo allá por el mes de Mayo en las tierras donde el plástico cubre la vergüenza del subdesarrollo.
Hoy hemos vuelto a perder, sí. Pero cien veces volvería a perder, si no somos capaces de recuperar y dignificar el hecho de ser sevillista. Cien derrotas asumiría si a cambio recuperase la dignidad perdida, cien años sin conseguir tiutulos estaría dispuesto a a dar con tal de no escuchar ni ver, lo que esta aciaga noche he visto y oído en la fila 16 del Gol Sur. Cien años de mi vida daría con tal de no vivir otra vez esa flagelación colectiva en la que hemos entrado, cien siglos daría por no sufrir la vergüenza de los míos, en mi casa, en mi santuario.
No hay derecho a soportar tal humillación. Y no me refiero al horroroso partido que hemos jugado esta noche, ni a la indignante actuación de tal o cual futbolista, ni siquiera quiero hablar de las deficiencias de esta plantilla. No me hablen de eso, Háblenme de lo que hemos tenido que soportar y sufrir en la grada. De los sevillistas enmascarados que solo están a la maduras y no a las duras, de los aficionados de pacotilla que no vienen a los partidos cuando son de pago o son televisados; de los incrédulos que criticaban al equipo aunque fuéramos campeones, de los que han querido linchar, y hoy echan de menos a O Fabuloso; de los que tampoco querían, y hoy exigen su vuelta, a futbolistas que ya no están con nosotros.
Estoy en el segundo Gin Tonic, y las lágrimas todavía no se me han secado. Lo de esta noche en mi casa de Nervión ha sido muy duro. Muy fuerte. Sinceramente no me lo esperaba. A pesar de que presumo de conocer bien a la afición del Sevilla, porque llevo más de cincuenta años formado parte de ella, el escandalo de esta noche ha sido lamentable. No es de recibo tratar así a nuestra plantilla y aunque pueda haber motivos para el desencanto, es exagerado, como pronostican algunos, hablar de segundazo.
Es cierto que el equipo se ha caido de plano, está roto, sus pilares (los veteranos) no pueden sostenerlo, sus técnicos están en entredicho, y los aficionados están disparando a todo lo que se mueve. No es fácil la solución, ni tan siquiera se vislumbra, pero los profesionales son los encargados de solucionar esta dificilisima coyuntura. Sólamente ellos están en condiciones de sacar esto adelante. Ellos y nosotros, su afición. Aunque esta ncohe hemos disparado contra los nuestros. Y hemos dejado heridos en el camino.
Chapó, le uno a tus palabras una a una, yo he sentido lo mismo. Ahora es cuando el equipo nos necesita, y yo al menos ahí voy a estar para animarlos ahora que lo necesitan.
ResponderEliminarUn abrazo